«Destruir» es un verbo irregular
con toda la regularidad
de los verbos de acción.
Verbo que sacia a los ególatras
y seduce a los temerarios.
Uno, dos, tres… «Disparar».
Verbo apto para todos los públicos.
Verbo de circo, pura diversión.
Apuntar a lo más alto y esperar,
algo caerá sobre nosotros.
A los seres encumbrados
les gustan los verbos regulares.
Como les gusta «cazar» venados
y «evadir» el producto interior bruto.
Es la ley de la sana regularidad.
Hay verbos sonoros pero sordos,
injustos con los que hablan
y ácidos con los que escuchan.
«Hablar» y «escuchar» van a dimitir como verbos.
Es una desgracia aún no comprobada.
Hay verbos como «amar»,
más de poetas y peregrinos,
aunque yo prefiero «estar»,
quizá porque no sé dónde estoy.
Así son los verbos proféticos.
Me intrigan los verbos filosóficos:
«Ser». Pero ¿ser qué?
Ser nada ya es ser demasiado.
Muchas dudas, demasiadas…
Pero las dudas nos mantienen vivos.
«Mentir» es un verbo de plenitud.
Su conjugación llena la boca del más lerdo
y atiza los odios ancestrales de los mal paridos.
Es el verbo supremo para seguir adelante
y dejar las cunetas llenas de aflicción.
Ya no quedan verbos honestos.
Quizá «trabajar», también «vivir», «sufrir»…
Son verbos desnaturalizados por la indecente
secuencia de nuestro tiempo…
No saber conjugar estos verbos nos hace miserables.