Nunca sabré de su valor, de su necesidad,
de ese riesgo infinito que es vivir
y dejar atrás la creación, el ser, la nada…
No damos crédito a la realidad
si se sale de nuestras adocenadas vidas.
Saltar una valla y hundirse en el mar
es el principio de la humillación
pero también de la vida misma.
Vienen con una sonrisa tan clara
como la arena donde han caído.
El color de su cuerpo desprende aromas
de tierra mojada y sutil agonía.
Es lo que tiene huir de la muerte.
Y luego qué,
más obstáculos en un mundo parado,
que ya no gira,
que se ha quedado en una foto fija
de indignidad y vergüenza.
Un mundo que ni Atlas se atreve
a llevar sobre sus hombros.
Un mundo que no parece mundo
pero que sonríe satisfecho cada vez que
levanta una valla y da una limosna.
Jesús Díaz Hernández