TEXTOS CRÍTICOS y RESEÑAS

CRÍTICAS

Nadie recuerda la última lluvia
Pablo Baeza y Jesús Díaz Hernández
Ediciones Vitruvio, 2022

Antonio Chazarra

La lectura de algunos libros reconforta. Hay poemas que dejan en la boca un regusto amargo, en tanto que otros hacen de nuevo latir la esperanza. Donde esto sucede el aliento poético está presente.

Vicente Aleixandre un poeta al que admiro, opinaba que la poesía tiene que ser humana. Tanto es así, que si no es humana no es poesía.

Nadie recuerda la última lluvia me ha conmovido. Es un poemario intenso, reivindicativo, rebelde pero que nunca se desliza por la ladera del panfleto. Merece la pena leerse y voy a dedicar unas reflexiones a exponer las razones.

Es un experimento humano, muy humano y que por lo mismo huye de la fácil vertiente del experimentalismo. No es la primera vez, ni mucho menos, que poesía y pintura se complementan, mas este libro va más allá. Leonard Cohen expresaba, con bastante claridad y voz potente que la poesía es la evidencia de la vida. Si la vida arde bien, la poesía será solo la ceniza. Por su parte el gran Leonardo Da Vinci apuntó, en más de una ocasión, que la pintura es poesía muda, en tanto que la poesía es pintura ciega.

La colaboración, de un poeta como Jesús Díaz Hernández y de un pintor e ilustrador como Pablo Baeza, es fructífera. Poemas y lienzos están interrelacionados profundamente. El poema no remite solo al cuadro, ni el cuadro al poema. Se produce un intercambio de ideas, una relación dialéctica que puede, y de hecho modifica la palabra o la pintura. El resultado es superior y más profundo que las partes por separado.

El prólogo de Sergio Iborra no es solo amistoso y cómplice. Va mucho más allá de una introducción propedéutica, viene a ser como una especie de crónica del proceso creativo. Y, da cuenta del ‘modus operandi’ de ambos creadores. Es analítico y certero.

Nadie recuerda la última lluvia se abre a diversas posibilidades y combinaciones donde distintos sentidos se despliegan. Puede leerse el poema y contemplar después la pintura que lo acompaña. Puede hacerse a la inversa y, por último, se puede pasar de la ilustración al poema escuchando, a la vez, la voz de Paco Vicente Cruz.

Nadie recuerda la última lluvia es un libro de cuidada edición. Además, va acompañado de un índice de códigos QR, por los que puede observarse la pintura y leerse el poema al tiempo que se escucha la voz del rapsoda.

Es el nuestro un tiempo de fusión y de transdisciplinariedad. Nadie recuerda la última lluvia es también, un ejercicio de complicidad. Hay ocasiones en que el cuadro inspira el poema, mientras que en otras es el poema el que inspira el cuadro. Interactúan, se interrelacionan hasta que el resultado final agrada a ambos creadores.

Lo que en un principio fue una relación dialéctica ‘pintura-poesía’ se transforma en un triángulo con un prólogo esclarecedor, que es una buena guía para adentrarse en la red de influencias mutuas. La voz de Paco Vicente Cruz, convierte el triángulo en un cuadrado. Estas relaciones geométricas son un ejercicio de colaboración, de trabajo en equipo con un resultado en más de una ocasión, sencillamente novedoso, innovador y admirable.

Nadie recuerda la última lluvia busca un lector activo que permanezca atento y que reciba las influencias de las palabras escritas, los colores, las formas y el recitado, hasta el punto de que se vea obligado a interactuar y formar parte él mismo del proceso e incluso del resultado final.

Puede sostenerse que las palabras añaden profundidad a la materia. Se puede constatar que la memoria tiene agujeros, que la vida muchas veces es resultado del azar y que no tiene consistencia ni solidez… quizás, por eso, el ser humano sea tan vulnerable.

Los poemas de Jesús Díaz Hernández son comprometidos, muy humanos. Unas veces nos hablan de valores cívicos y esperanzas en el futuro y otras, de la sinrazón, violencia, aplastamiento de los más vulnerables o misoginia. Son lacerantes los atentados que se comenten cada día contra la dignidad de la mujer. Todavía en diversos lugares muchos de ellos gozan de impunidad.

Los poemas y los cuadros que los acompañan son también una invitación a dudar, a resaltar lo que nos humaniza, a rebelarnos, a denunciar y a gritar con todas nuestras fuerzas ‘hasta aquí hemos llegado, por ahí no paso’. Los poemas y las ilustraciones pretenden agitar conciencias, hacernos reaccionar y sacarnos del conformismo en el que estamos atrapados.

El Mundo no es sino un camino por andar, un tortuoso itinerario. La angustia hay veces en que nos produce la sensación de que el amanecer no nos pertenece, pertenece a otros. Tal vez, estemos recluidos tras un espejo que nos hace ver un juego cruzado de visiones y equívocos.

Los poemas de Jesús Díaz Hernández tienen fuerza y profundidad. Como cuando expresa:

‘No cabe duda de que la última luz que buscamos
se encuentra escondida entre lágrimas’.

O cuando anima a levantarse y alzarse contra lo que oprime, anula e históricamente pone trabas a la igualdad:

‘Rebélate contra la voracidad de los patriarcas,
devoradores de sueños, amos de la noche…’

Frecuentemente nos debatimos entre el dolor y el olvido. Las suyas son palabras contundentes, amargas, metafísicas más al tiempo, de una fuerte energía vital, con versos como estos:

‘Queremos olvidar el dolor del olvido…
olvidar igual que seremos olvidados’

Los hallazgos expresivos, las alegorías y sus críticas de fuerte contenido social a la hipocresía de los poderosos son eficaces, dan que pensar. Los poemas de Jesús Díaz Hernández, me recuerdan algo que repetía con frecuencia Mario Benedetti ‘La poesía es el género de la sinceridad ultima e irreversible’  Por su parte, la poeta argentina, desaparecida prematuramente, Alejandra Pizarnik, nos hizo ver que los poetas son los grandes terapeutas de nuestro tiempo. No debemos dejar de tenerlo presente.

Un poeta de raza se caracteriza por no ajustarse a lo políticamente correcto, por su audacia, por saltarse las reglas establecidas, por dejarse guiar por el instinto y la memoria. Por su parte, las pinturas ponen de relieve que el tiempo devuelve difuminados los grises, que los colores fuertes o apagados tienen no poco que ver, con los estados de ánimo.

No es difícil descubrir, entre palabras e ilustraciones que las contradicciones son, no sólo la esencia, sino la sal de la vida. Que la vida y la muerte son el haz y el envés de la realidad humana, que la muerte está dentro de nosotros y frente a lo que tantas veces se ha expuesto, nos humaniza.

El miedo o bien está presente o bien acecha escondido, mas hay que evitar que se adueñe de nuestro interior y nos paralice. De cuando en cuando, es no solo apetecible sino saludable morder la fruta prohibida. Todo esto acompañado de colores leves, abruptos, suaves, rojos intensos o grises. Quizás la muerte humanizada es más que el final, un fin en sí misma.

Fue Federico García Lorca quien sostuvo que la poesía no requiere adeptos sino amantes. Para los lectores que gusten de una poesía directa, comprometida, con fuerza y con pasión un poemario como Nadie recuerda la última lluvia, no debe pasar desapercibido. Conviene detenerse, meditar y degustarlo a pequeños sorbos.

Jesús Díaz Hernández ya había demostrado que es una voz propia y original, con calidad exigente en libros como En mil pedazos, invisible. Los hallazgos de sus anteriores libros en este se confirman ampliamente. Por lo que quien no haya disfrutado antes de sus poesías tiene ahora ocasión de hacerlo, realizando así un descubrimiento que no le pesará en absoluto.

Esta reseña crítica ha de ser obligadamente breve, aunque se queden muchas cosas en el tintero.

Quiero cerrarla con dos versos del poema A tres pasos.

‘Arrastra la soledad de los silencios
para no mentir a tus sentimientos’

Se advierte una tensión dialéctica entre:

‘Lo que está sin ser y lo que es sin estar.
La paradoja de vivir sin estar vivo
y de morir cuando aún no has muerto.’ 

Y es que pese a todo, hay que seguir creyendo en valores transformadores con honestidad intelectual y con una actitud ética ante las dificultades e injusticias.

Jesús Díaz Hernández es de esos poetas capaz de romper el espejo donde se mira el mundo, con tal de que con los cristales rotos el viento barra y esparza las mentiras y falsedades que envenenan la existencia.

El lector tiene siempre la última palabra. Lo expresó con elegancia y altura de miras Octavio Paz cuando dijo: ‘cada lector busca algo en un poema. No es insólito que lo encuentre, por la sencilla razón de que ya lo llevaba dentro’.

«Nadie recuerda la última lluvia»

por Sara Millán

La tormenta arrecia. Siluetas oscuras, inconclusas, arquetipos de humanidad, se alejan hacia el horizonte sin ojos con los que mirar. La masa rodea al individuo. Uniformes, los seres prefabricados se mueven al unísono, unidireccionales, unidimensionales. Cortados por el mismo patrón y montados a toda prisa por la maquinaria, no poseen ni el beneficio del color, mucho menos el de la duda. No se permite ni el gris que media entre blanco y negro.  La gente contempla atónita la brecha que les separa, el miedo a mirarse y reconocerse en el otro. ¿Está el singular subsumido en el plural? ¿Es el plural una singularidad fragmentada? En un mundo de certezas absolutas, no sabemos si vivimos o soñamos la vida.

La exposición “Nadie recuerda la última lluvia”, de Pablo Baeza y Jesús Díaz Hernández, se puede visitar en la Casa de la Cultura José Saramago hasta el 30 de enero. El proceso de creación ha sido peculiar, mediante la sinergia entre pintura, poesía y voz. Sobre una misma idea, trabajan ambos por separado y van poniendo el progreso en común hasta que encajan  cuadro y poema. Nadie sabe la multitud de pinturas diferentes que aparecerían bajo los rayos ultravioleta. Nadie conocerá la estratigrafía del poema, construido palabra sobre palabra, como piedras de una casa centenaria. Para completar la experiencia, la escucha de los poemas, recitados por el actor dramático Paco Vicente, crea un clima de contemplación inmersiva. Ambos artistas, poeta y pintor, han colaborado en exposiciones, performances y en el colectivo De Facto, y dan el salto a esta creación conjunta por su compromiso social, buscando combinar palabra  e imagen para que el mensaje llegue mejor al espectador.

Es la responsabilidad del artista, aquel que tiene la sensibilidad y el altavoz para señalar, lo que les lleva a reflexionar acerca de la violencia de género, la pederastia, el conflicto palestino, la guerra y su desolación. En este particular “J’accuse”, una mano incorpórea se posa en el hombro de un niño sin rostro, anónimo como tantos otros. Denuncian la hipocresía de aquellos que meditan sobre el hambre desde la ausencia de necesidad; los muros atrapan a la muchedumbre mientras el primer mundo contempla de reojo, una mirada que en nada consuela. Una mujer joven mira serena a un hipotético interlocutor escondido tras el marco; un muro de hombres le da la espalda, o quizás la mira en silencio. Las figuras van o vienen como sombras lejanas de las que aún no distinguimos más que el contorno. El corredor de Schrodinger, localizado en todos los estados de la materia a la vez, transita con sus pasos ambas posibilidades. Su ambigüedad encuentra asilo en la mirada observante. 

“Ahora nos da miedo el silencio”. El cielo arde, la ciudad se derrumba alrededor, y en este sobrevolar las ruinas nos encontramos figuras apiñadas de nuevo. La cara no es más que el esbozo de lo universal, el cuerpo humano desprotegido frente a las aristas mutantes de los edificios. Viene una marea negra, y qué frágiles somos pese a saber jugar a ser Dios. Parece que ni la propia naturaleza nos puede quitar el derecho a autodestruirnos ahora que “la humanidad enfila su última huida”. Un niño se asoma al vacío. Caen a sus pies los escombros de un mundo pasado que nunca conocerá. Y sin embargo, nuestro mismo sol ilumina su camisa blanca. ¿Queda algo hacia adelante? En “La última luz”, un puño se levanta. El poeta escribe por los que no tienen voz, ya que “llega el momento de abrir nuevos caminos para evitar los que ahora anega el fango”. Caminos recorridos juntos, en un silencio atronador, cargados de ternura. No hay más tiempo, pero queda la esperanza que se refleja en este último fragmento del poema “Correr”: 

”Ahora es el momento de luchar, 

de abrirnos pasos entre lamentos y bombas, 

de derribar muros y abrir esperanzas. 

De alzar las manos al sol 

y traer la luz a nuestra tierra.”

La tormenta arrecia, pero construimos refugios de dignidad y poesía. Como decía José Saramago, la utopía no se sabe dónde está, ni cuándo llegará. El mañana es el resultado de lo que hagamos hoy.

La abstracción matérica de Pablo Baeza
Indaga en las profundidades de la materia, buscando su densidad, para aislarse en medio de lo contextualizado. Su
tratamiento de la cromaticidad es íntimo, porque busca establecer un discurso mental, en el que prevalecen claves
muy evidentes y solo reconocibles por el propio artista. Esta actitud es llevada a cabo desde un punto de vista
individual, claramente específico. De ahí que apoye la estructuración espacialista, la redimensión cromática en función
de lo no icónico, pero manteniendo rasgos icónicos. Sitúa elementos abstractos a modo de paisajes mentales, surgidos
de lo austero, de la caricia sensual, de la poesía existencial, conectando con la dinámica elegante de la propia esencia
de la materia. A partir de dar a conocer las posibilidades expresivas de la misma es cuando redirige la fuerza centrípetahacia la propia emblematicidad de lo expresado.

No hay lirismo excesivo, sino una constancia en determinar la potencia del color, la fuerza de la expresividad, a través
de las cuales construye su discurso, elaborado sobre la base de silencios, que son instantes, a modo de segundos, que
se perfilan como hilos conectores, labrados con fuerza y determinación.
Elabora una estructura con presencia sígnica, con formas que son parte de la materia, entendidas como una especie
de geometría particular, evidente, congruente consigo misma.
Lo real no existe, lo mental tampoco, mientras que la abstracción es la llave que nos conduce a lo real y también a lo
mental. Los sentimientos están ahí, especificados, pero, en realidad, no los vemos claramente en su pintura. ¿Qué
ocurre entonces?… ¿Qué nos pasa?… ¿Dónde se encuentra la existencia?. La respuesta a este último interrogante se
halla en la propia pintura de Pablo Baeza, la cual demuestra que lo evidente descansa en la propia esencialidad de lo
plástico.
Joan Lluís Montané
Asociación Internacional de Críticos de Arte

RESEÑAS

El grito ahogado de ‘Titirilandia’
Un lamento ahogado por el poder. Un grito ahorcado por el capitalismo. Unos hilos que nos manejan. Un caos, todo un caos abstracto que evidencia lo que está ocurriendo en el mundo. Es el momento de acabar la obra, apagar las luces y bajar el telón.
Todo es resultado del expresionismo plástico que vive en Pablo Baeza, un artista que marca sobre el inmaculado lienzo, con pinceles y espátulas, aquello que va sintiendo como habitante de ese mundo de siempre jamás, un lugar llamado Titirilandia donde el todopoderoso Godofredo mueve los hilos de sus marionetas, es decir, de su pueblo.
Resulta difícil calificar y enmarcar esta nueva propuesta creativa del pintor Pablo Baeza y del poeta Jesús Díaz Hernández, que desde hace un año están involucrados en esta especie de performance titulada En Titirilandia, que se estrenó este fin de semana en EA! Teatro, bajo la dirección de Engracia Cruz, la interpretación de María del Mar Lozano y José Zafrilla y la música de Jorge Cubillana y Juan Dhamen.
A.M. – La tribuna de ALBACETE. 24 de marzo de 2014

“… Pablo Baeza asume la pintura como un orden, a través de la composición, de formas, planos y matices cromáticos,
pero en su obra, recurriendo a una analogía con el Jazz, juega a improvisar y crear, dejando una puerta abierta a sus
sensaciones que afloran a través de cubos de perspectivas multiformes.”
Francisco Rodríguez. El Pueblo de Albacete, 8 de Febrero de 2.003

“… Pablo Baeza asume la pintura como un orden, a través de la composición, de formas, planos y matices cromáticos,
pero en su obra, recurriendo a una analogía con el Jazz, juega a improvisar y crear, dejando una puerta abierta a sus
sensaciones que afloran a través de cubos de perspectivas multiformes.”
Francisco Rodríguez. El Pueblo de Albacete, 8 de Febrero de 2.003

“…en la pintura de Pablo Baeza el color se simplifica en una gama cromática llena de cálidos matices que aportan
cierto lirismo a sus obras, sencillas en su factura pero trabajadas mediante pequeños relieves, texturas y hendiduras
que forman parte del juego compositivo.”
I. Mendívil. La Tribuna de Albacete, 3 de febrero de 2.002

“…Pablo Baeza busca la esencia bajo la realidad, reduciendo lo real a líneas y espacios armónicos con su lenguaje
sencillo y a la vez abierto.”
E. Otero. El Mundo / La crónica de León. 23 de Junio de 2.001

“… Baeza es un pintor que vive una continua experimentación, que presenta unos trabajos de terminado sencillo, pero
que siempre contienen una complicada elaboración. Algunos de los cuadros del artista albaceteño se convierten en
auténticos bajorrelieves.”
Marcelino Cuevas. Diario de León, 25 de Junio de 2.001

“…Pablo concede una gran importancia a los temas que trata, crea un ambiente. En la composición se advierte un gran
cuidado en la disposición de los diversos elementos que la integran. Renuncia a las posibilidades expresivas que le
ofrece el color para recrearse con libertad en el mundo casi mágico, y a veces desolador que nos muestra.”
Juan José Jiménez. La Tribuna Dominical, 3 de Mayo de 1.998

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